viernes, 30 de abril de 2010

Está en el aire

Me gusta la comunicación que puedo establecer con alguien sin hablar. Y no es que no me guste hablar, no, nada más lejos de la (perdón, de mi) verdad.
Pero están también esas cosas que, quién sabe por por qué motivos, en algún momento decidimos callar: sentimientos, sensaciones, seguridades varias. No es relevante qué.  Lo que importa es que (casi) no importa qué es lo que no se dice. Sabemos que está ahí, escondido en un silencio que habla, a veces a gritos, a veces susurrando...
Me gusta más cuando, por si quedaba alguna duda de que la conexión se había establecido, un testigo voluntario o involuntario lo pone en palabras y dice "Che, ¿me pareció a mí o pasa tal cosa?". Siendo "tal cosa" cualquier cosa: hay onda, no la hay, estaba a punto de matarlo, lo amo, lo detesto, no la soporto.
Es la confirmación de que la comunicación existe. 

Esta clase de sensaciones me recuerda esa parte nuestra, bien animal, que se maneja por puro instinto, siguiendo la pista de lo que pasa como por puro olfato.

El inicio de Rayuela es fantástico, e ilustra claramente lo que está tan ahí:

"Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico".


Me encanta lo que "está en el aire". Me sublevo a eso, me rindo, no puedo cambiarlo... Está bueno tener la seguridad de que podemos callar y, al mismo tiempo, decir.Y tampoco es del todo malo saber que hay cosas que no manejamos. ¿Dejarse llevar, sin la necesidad de estar prendidos al timón todo el tiempo? Es genial. Al fin y al cabo, a veces me encantaría tener chofer.

La yapita: un tema del recital de Peter Gabriel en Vélez, del año pasado, al que fuimos "en familia", como dice Halle.
Davu lo encontró casi casi completo, y está bueno revivirlo hoy. Es lindo es saber que, entre todas esas voces, en el aire estaban también las nuestras...Veo las fotos y me parece que fue ayer... Claro, acá está la conexión: aquella vez estaba igual de engripada que hoy, igual de afiebrada que hoy. No todo lo que anda por el aire es bueno: también hay bacterias, microbios y estornudos ajenos.

¿Por qué será que si nos sentimos mal no vamos a trabajar, pero el mal remite inmediatamente si se trata de pasarla bien?

La respuesta está On The Air, amigos.


sábado, 24 de abril de 2010

Pastillitas ¿para todo?

Hay pastillas para la presión, la ansiedad, el dolor de muelas, el dolor menstrual, el síndrome de desatención de los chicos (no, no hay adultos "desatentos", parece), para dormir, para despertarse, para adelgazar, para engordar y también para animarse si uno anda abandonado por la energía. No olvidemos a la estrella de la década: el ataque de pánico.

Los laboratorios no dan abasto: todos los días ¿aparece? una enfermedad nueva a la que pronto, muy pronto, le encontrarán cura.

Yo me pregunto, y te pregunto: ya que hay sentimientos y valores que no vienen en frasquito, ¿no será hora de cambiar individualismo por empatía, egoísmo por solidaridad, "ombliguismo" por sentimiento de humanidad?

Tanta conciencia ecológica que nos quieren vender, y ni se nos ocurre pensar que ni por casualidad vamos a respetar a un delfín o una ballena si no empezamos por respetar nuestra propia vida, que es, en definitiva -y si logramos establecer empatía con el género humano- también la de quien tenemos al lado: la amiga, el compañero de trabajo, la señora que limpia y el portero. O tal vez que eso, ponerse a defender la vida de los delfines, por ejemplo, no es más que una actitud que nos permite mirarnos al espejo y convencernos de que estamos haciendo algo por el mundo, mientras tratamos por todos los medios de evadir la responsabilidad que nos cabe cuando el vecino nos necesita.

Me acordé, en este preciso instante, de un excelente post de Verito, "¿Por qué es más fácil amar a la humanidát entera que a Juan de los Palotes?".

También se me ocurre: ¿no se aliviaría más de una de aquellas enfermedades, si nos replanteáramos algunas de nuestras actitudes? Digo, por eso de saber que si me pasa algo voy a tener alguien al lado que me dé una mano, lo cual me obliga a dar la mano si alguien necesita algo... ¿No nos haría sentir más contenidos, menos solos, menos vulnerables?

No sé, digo. No me digas que soy una ingenua. Eso ya me lo dijeron.

jueves, 22 de abril de 2010

De "pavadeces" y otras yerbas

Voto por el mundo secreto que nos habita. Por aquellas cosas que hacemos, que no son evidentes pero que conforman, sin embargo, nuestra forma de ser y de vivir. Todas ellas.

Me gusta cuando uno puede observar, también, las pequeñísimas actitudes no tan buenas de algunos parecen tan santos, porque uno puede calar ahí rasgos de humanidad en algún "ídolo", para darse cuenta de que no es más que un ser humano, como vos y como yo. ¿Por qué tendríamos que ser perfectos? ¿A quién se le ocurre semejante aberración? Es justamente en la imperfección donde se hallan los matices, y ahí está lo divertido. Ahí surge la creatividad (o debería surgir), que será, en definitiva, la cualidad que se pondrá en juego frente a cada situación que nos toque enfrentar.

Mi frase de cabecera es "Me gusta meterme en quilombos, para ver cómo puedo salir de ellos". Algo así como un gran problema de lógica aplicado a la vida misma.

Como en un viaje, explorar nuestro propio mundo secreto puede llevarnos a conocer cosas insospechadas de nosotros mismos. Parece una pavadez, pero creo que no es tan así.

Secret World

lunes, 19 de abril de 2010

miércoles, 14 de abril de 2010

No importa cómo

Algunas discusiones, creo, no son más que estrategias publicitarias; inventos para meternos hasta por las orejas nuevas "necesidades". Por estos días, una de ellas es si los nuevos dispositivos de lectura matarán o no al libro.

O soy muy tonta, o no termino de entender el punto. No sé por qué una cosa tiene que matar sí o sí a la otra. Parece que hubiera que formar parte de un bando: o te quedás con el antiguo libro o sos de kindle: River o Boca, radical o peronista, Coca o Pepsi, algo así.

El gustito de hacer libros va a seguir existiendo. El placer de leerlos, no importa cómo, va a seguir siendo el mismo. Si elegís llevarte mil libros para leer en vacaciones, está bien (genial si uno tuviera tiempo de leer tanto, o tanto tiempo de vacaciones), si querés llevar uno o dos, está bien también.

Supongo que el aparatito será más que útil, para algunas ocasiones o para cierto tipo de literatura; para otras, seguiremos utilizando el que sería, si hubiera aparecido por estos días, el gran invento del siglo.







A todo esto, ¡la semana que viene empieza la Feria!
No importa que no nos conozcamos personalmente, seguro nos vamos a encontrar más de cuatro.

Más info aquí.

lunes, 12 de abril de 2010

Un tranvía llamado exigencia

Me acuerdo de cuando éramos chicos y queríamos algo YA. Ese "quiero esto ya" podía significar, desde que uno presentaba el pedido en mesa de entradas -mami-, hasta que lo consiguiera, desde días hasta meses o, directamente, una respuesta: No.

El "quiero esto ya" podía entonces diluirse en un par de sesiones de llanto o convertirse en insistencia esporádica, porque uno sabía que -de vez en cuando, no siempre, ojo- insistiendo, conseguía "eso"; o simplemente el objeto de deseo podía ser olvidado, o reemplazado por otro "quiero ya" más urgente, novedoso o imprescindible.

Claro, cuando somos criaturitas no sabemos que hay cosas que descartaremos al instante de poseerlas entre las manos, y queremos queremos queremos. Como bien dice el capitán Garfio en Hook, casi sin respirar, refiriéndose a las permanentes exigencias de los niños, "yo yo yo yo; mío mío mío mío; quiero quiero quiero; dame dame dame".

Decir "no" no respondía únicamente a las posibilidades que tuvieran en casa de comprar o no lo que quisiéramos, sino que era, también, una manera de educarnos: para ciertas cosas había que esperar, otras no eran adecuadas para nuestra edad, y otras entraban, sin más, en la categoría "sin esto podés vivir tranquilamente". También aprendíamos a valorar lo que teníamos.

También había ciertos "caprichos" que se concedían, para darnos un gusto, para despuntar el vicio, porque sí, y sabíamos que en esa ocasión se rompían un par de normas, lo cual le quitaba rigidez al asunto este de "ser educados". Recuerdo una vez que fuimos a hacer varios trámites con mi mamá; creo que por avenida Cabildo, y cuando, frente a un kiosco, pedí una golosina, ella decidió que pararíamos en todos los kioscos por los que pasáramos para comprar algo (no había 80 por cuadra, como ahora), hasta que terminásemos con las varias cosas que había que hacer. Yo creo que ese día en particular (por algo lo recuerdo tanto, y no tengo muchísimos recuerdos de mi infancia) me permitió conocer, aunque no conociera todavía la palabra, el concepto de "contraste".  

Es cierto que a diario podemos ver e incluir en la categoría de "chiquillo imbancable" a cualquiera que, frente a una vidriera, una góndola de supermercado o un kiosco pone a prueba la paciencia de los padres, los vendedores y el resto del mundo en general. A los chicos es muy fácil clasificarlos, porque los pibes no tienen filtros: si quieren algo, lo dicen, repiten el pedido hasta el hartazgo, porque todos sus deseos, en ese preciso instante en que desean algo, se transforman, digamos, en ese único objeto que desean ahora (y que, como sabemos madres y padres, puede cambiar al instante).

Me pregunto si reservamos esa actitud crítica sólo para los dulces niñitos y "sus culpables" (ay, estos padres de hoy en día que no saben educar a sus hijos; ay, este chico insoportable; ay, por favor, hagan algo pero que pare de gritar ya), o si nos damos cuenta cuando estamos actuando como tales.

A mí me parece bastante útil que tengamos algunos filtros, porque sería bastante desagradable cruzarse por ahí con montones de seres humanos adultos tirándose al piso frente a una tele de 89 pulgadas, un auto con GPS y lavarropas automático con planchadora incorporado, o del cirujano plástico que le dice a una madre que las lolas de la nena van a crecer, que los quince es muy temprano para decidir una intervención quirúrgica. 

Están buenos los filtros, sí, pero el meollo del asunto sería saber cuándo nos estamos comportando como adultos y cuándo como chiquillos imbancables. Y también, tomar conciencia de qué cosas nos resultan imprescindibles o por lo menos necesarias para la vida, cuáles queremos "para despuntar el vicio" de vez en cuando, y cuáles entran en la categoría de "sin esto podés vivir perfectamente".

miércoles, 7 de abril de 2010

¡Ashuda, ashuda!



Como no sabe resolver mis cuestionamientos, el ayudante de Office apela a un recurso de lo más bajo...



Clic para ampliar las imágenes (si no, no se entiende).

No hay caso. Mirá que me la creí, esa de que la tecnología me iba a responder todas las preguntas, y nada. Nadie me sabe aclarar nada. Quiero hablar con el responsable.

lunes, 5 de abril de 2010

Lunes otra vez

Todo bien. Volvemos descansados. Tenemos más energía, después del fin de semana largo, nos hayamos borrado o no a algún lugar lejos lejos de casa. ¿O no?
Siestas, caminatas, bicicleta, limpieza de recovecos desconocidos en la cocina de la casa también, por qué no; y lectura y cocina y almuerzo de domingo en familia y etcétera.

Si la pasamos tan bonito, ¿me podés explicar por qué nos gustan tan poco y nada nada los lunes?

Por qué. Especialmente este lunes.

"Dime por qué no me gustan los lunes
Quiero matar de un tiro al día entero".

Este señor me gusta mucho (será su nariz regordeta, que se parece a la mía), estoy gedolfiana por estos días. Y este tema en especial, ideal para hoy: "Tell me why i don't like mondays".

Buena semana para todos los valientes que se le atreven a un lunes como este. Frío, encima.



Actualización
: Hay cosas mucho más importantes y graves que nuestros lunes desangelados y medio depre. Los invito a leer esta entrada de Sudaka Topo, en la que se señala que la hija "adoptada" de Ernestina Herrera de Noble podría ser Clara Anahí, la nieta de Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo. Recuerdo la foto de Clara de bebé, una imagen que circuló hace muchos años. Hoy Clara Anahí tiene 34 y otro nombre.

En la nota dice "No tener nombre es no tener nada".

sábado, 3 de abril de 2010

¿Hasta cuándo?

Gato es obsesivo. Cada vez que me siento en la silla de la computadora, insiste en amasarme ese almohadón que no soy ni nunca seré para él. No importa cuánto me moleste y diga "Gato, ¿podés quedarte quieto?". Él insistirá e insistirá, aunque me levante veinte veces y me vuelva a sentar veintiuna, él seguirá amasándome la panza para tratar de conseguir ese lugar perfecto para él hecho bollito.
Lo entiendo, de alguna manera, porque Gato es un gato. Entonces, cuando me harta, simplemente lo ubico en una posición que no me resulte molesta, lo acomodo más o menos, y ahí entiende, o no, pero acata como orden ese sacudón que le doy: "quedate quieto". Entonces duerme.

Como dije, puedo entender que Gato no entienda del todo, porque es un gato. Aun así, a veces entiende (o algo similar que hagan los gatos).

Ahora, ¿cuándo deberíamos dejar las personas dejar de intentar cosas (lo que sea) que, al menos aparentemente, nunca van a suceder? Por favor, evitemos los libros de autoayuda, plis, porque yo redacté un par y sé que son verso que sirve para autoayudar(me) a sobrevivir. Que "el cielo es el límite", que el poder está en nosotros, que todo puedes lograrlo, creo, no son más que frases hechas que sirven para vender una esperancita más, un librito más. Y una buena manera de sacarse a un obsesivo de encima.

No malentender, por favor. No estoy hablando de no intentar, lo que me pregunto es hasta cuándo se intenta algo que tal vez no es para nosotros (sea por el motivo que sea), y cuándo ese algo se convierte en podrida obsesión u objeto de sufrimiento, o ambas cosas, o ambas cosas que son una sola.

Ejemplo: recuerdo a una compañera de teatro (en realidad, hacíamos comedia musical en la escuela de Pepe Cibrián) que quería estudiar danzas en la Escuela Municipal de Danzas, o algo así. No sé cuánta voluntad le ponía a la cuestión, pero fuera cual fuera esa "cantidad" de voluntad, era muy poco lo que se le notaba al momento de bailar. No sé cuánto tiempo lo habrá intentado, a lo mejor estoy hablando de más y la chica está hoy en una compañía internacional de danzas, desconozco. Pero creo que puede entenderse a qué voy.

Otro ejemplo: un hombre que se enamora de una mujer pero no es correspondido, y frente a cada negativa de ella insiste con dos palabras: "soy perseverante". Dos palabras que suenan a condena. Para él, motivo de frustración; para ella, motivo de ruptura del escaso vínculo que los une. ¿Puede la perseverancia de él cambiar los sentimientos de ella? Me suena que no. 

Creo que hay un límite de intentos, sólo que no sé cuál es. ¿Cómo sabe uno si se está convirtiendo en un obsesivo incurable, o si está perdiendo una energía preciosa que podría dedicar a otras actividades/amores? En el camino hay señales. Siempre las hay. Pero, como siempre, el que las ve es el que está de afuera, porque el que está supurando bilis por las axilas tratando de conseguir algo por ahí ni se da cuenta de los avisos.

Por las dudas, sólo por las dudas, si "estoy con un temita en la cabeza", y alguna de mis amigas me contesta "El cielo es el límite", yo empiezo a buscar terapeuta.

Actualización matino-sabatina: 

Igualmente, insisto en que hay que ser bastante cabezadura en la vida si es que queremos lograr algo.
¿Qué? ¿Que me vienen a buscar? ¿Chaleco? ¿Cuál chaleco de qué? Ooooopsss...

Me hubiera gustado que me dedicaran...

  • Cartas a Milena (obvio) - Franz Kafka

Algunos libros que me hubiera gustado escribir... Bueno, por lo menos los leí!

  • Rayuela - Julio Cortázar
  • El libro de los abrazos - Eduardo Galeano
  • Alicia en el país de las maravillas - Lewis Carroll