jueves, 30 de diciembre de 2010

Y bueno, nada, ¿viste?

... Que se termina el año, y entonces se supone que cerramos unos días por balance y brindamos y la vida continúa.

Y sí. Nada más y nada menos que eso.

Qué bárbaro. Todo un año compartiendo secretos, nimiedades, alegrías y alguna que otra pena. Pero ¿qué cambia cuando cambiamos el calendario, además de esa hojita medio gastada con una imagen (un poco sucia, hay que decirlo) de un señor montado a caballo dibujado hace mil años por Molina Campos? Sobre todo si el calendario que nos regalan en el almacén del barrio viene con ooootra imagen de un señor montado a caballo, también de Molina Campos, ¿no? Parece que todo sigue igual, que los festejos, los fuegos artificiales y el corchazo del Fresita sólo fueran un empeño más o menos gastado de decirnos que algo tiene que cambiar para, en el fondo, seguir igual. Bueno, NO. Decididamente, no. ¿Y si le indicamos al señor del caballo un camino? ¿si le damos un mapa y lo instamos a andar? Y dale... A lo mejor, cuando se termine el 2011 el señor del caballo (vos, yo, él) logró llegar a algún lado y dejó el cartón vacío.

A lo mejor es sólo una expresión de deseos, pero ¿y qué? Nadie dijo que todo TIENE que ser igual.

A lo mejor este año que viene te animás a terminar tu carrera.

A lo mejor, a tener un nuevo amor.

A lo mejor, a hacerte tu casa.

A lo mejor, a decirle a tu familia que no querés tener novia sino novio, y que el amor siempre es amor, no importa por quién.

A lo mejor, a cambiar de trabajo.

A lo mejor, a comprometerte con una causa justa, a hacer dedo quién sabe hasta dónde, a iniciar ese proyecto de mermeladas caseras, a divorciarte, a buscar la felicidad, a sacarte la careta, a meditar en un monasterio, a soñar un mundo más justo, a comprarte un auto, a salir de pobre, a cambiar de laburo, a pintar más cuadros, exponerlos y venderlos, a escribir un libro, a mudarte, a tener otro hijo, a darte cuenta de lo que tenés y de lo que te falta.

Por lo pronto, y entrando en un terreno más íntimo, a pesar de todos los rayes que tuve este año, me di cuenta de varias cosas, a saber:

- Tengo más fuerza de la que creía.
- Tengo dos hijos ALUCINANTES, que están en todas, que me bancan, que se ríen conmigo y me hacen cosquillas en las patas; y que, cuando estoy pachucha, me abrazan y me dicen "puishita".
- Tengo sobrinos y amigas y amigos de fierro, para los que estamos (mutuamente).
- Tengo hijas postizas: una que se recibió este año, otra que tuvo un bebé y otra que está buscando su camino pero va bien, aunque ella piense que no.
- ¡Conseguí que mi jefe (¡mi jefe!, quienes lo conocen, saben de qué hablo) me diera... un aumento!
- Qué sé yo, hay varias cosas más, como que voy a construir un lugar para mis hijos y para mí, hasta que ellos quieran dejarlo (el cordón, que lo corten ellos, ¿viste?).
- Varias cosas más, que ahora, con una cervecita encima, se me van.


Algunas cosas que digo acá están mediadas por lo que leo de algunos de ustedes, lo que chateo con otros de ustedes, y lo que siento por otros que no son ustedes.

A todos les deseo lo mejor, como lo deseo para quienes me rodean y para mí misma.

Vamos, es hora de arrancar.

¡Feliz 2011 para todos!

* Creo que es mi último año sin usar anteojos. Y bué.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El matoncito

El matoncito era progre pero se aburrió. Mientras el gobierno de Menem le dio de comer y le permitió viajar y comprarse dos heladeras nuevas, una planchita para el pelo y viajar a Brasil, decía que le importaban los derechos humanos, y que Menem era un hijo de puta. No está mal aprovechar lo bueno que te dan y criticar cosas de fondo. El matoncito lo hacía.
Cuando se fue Menem, decidió que la onda era lo latinoamericano y volvió fascinado de la Puna y la amabilidad de los aborígenes de nuestra tierra.
También se fue a Bolivia y a Perú, conoció las ruinas de Nazca y se impresionó, él que en algún momento había creído que las únicas ruinas que había en el mundo estaban en Europa. Habla mal de la conquista europea y dice "integración latinoamericana" cada tanto, critica el 12 de octubre, y dejó de llamarlo "Día de la Raza". Está perfecto. No hay razas, hay etnias.
El matoncito vio cómo comenzaba poco a poco la integración latinoamericana, y al principio le pareció divino divino. "Somos todos iguales", decía.
Un día viajó con un señor morocho y su hijito en el tren. Ese nene que en Jujuy le parecía "preciossssssssso, ay, me lo como", en su mente, de golpe, se tornó futuro pibe chorro y amenazó su pobrísima existencia de netbook comprada en cuotas y heladera menemista.
"Qué querés que te diga", repite a quien quiere escucharlo (son muchos por estos días), "a mí todo lo que tengo me costó un huevo. ¿Por qué no me regalan una casa? ¿Por qué no me dan un subsidio a mí? Yo no soy racista, pero estos bolitas y paraguas son todos vagos...". No tiene en cuenta que, a muchos, tener casi nada les cuesta un huevo también. O la vida.

Olvida, porque puede, porque le sale, porque se le da fácilmente, que sus viajes a Europa o Brasil del menemismo los pagábamos todos, pero claro, él no preguntaba, si al fin por una vez le había tocado disfrutar y los demás que hagan lo que puedan.

Olvida, porque puede, que hay gente que se caga de hambre desde hace mucho más que toda su mediocre vida, y se olvida de que esa gente también tiene derechos, y recuerda lo fácil que era poner una moneda en una mano sucia. Eso sí, olvida también cómo se indignaba y pedía que el Estado hiciera algo. La memoria es selectiva.

De golpe, en un almuerzo dice "pobres habrá siempre". Y se recibe de matoncito y sale a apedrear gente al sucio parque de enfrente de su casa.

domingo, 12 de diciembre de 2010

De raíz (Extremadamente personal)

Estoy fabricando un nuevo rincón en mi casa. He decidido poner todas mis energías en cambiar cosas que no tolero más. Ahí vamos, entre papeleríos, maestro mayor de obra, agrimensor y hermanos resistentes, tratando de acomodar lo que parecía inacomodable.
Arrastramos historias que, como todas, no se pueden cambiar. La cuestión es qué hacemos con esa historia, qué rumbo le damos al futuro con eso que nos tocó.
Me fui para el fondo. Y cuando digo para el fondo lo digo en el sentido literal del término: bien al fondo del terreno, pero también lo digo en el otro sentido: estoy yendo al fondo. Al fondo de varios quilombos.
En el fondo de mi casa hay cañas. ¿Alguno tuvo cañas alguna vez? Muchos dicen "qué bonitas", y la verdad es que son una peste. Son de mi vecino, pero basta que vuele un brotecito para que se instalen y se reproduzcan rapidísimo y sin control. Para erradicarlas hay que hacerse de un machete y una pala.
Hoy estoy con las analogías a flor de piel, y el machete y la pala para despejar aquello que quiero que sea mi rincón me obligan a pensar en despejar otras zonas de mi misma que no visito muy a menudo.
Primero dale que dale con el machete, así despejo un poco el terreno, y allá voy, con la pala, a sacar los problemas de raíz. Aparecen cosas que no son mías: ahí las dejo, expuestas, para que se haga cargo aquel a quien le corresponde. Aparecen cosas de todos: ahí hago lo que puedo. Y ahí están las mías: machete y pala, pozo y golpe, hasta sacar raíces que permanecían bien ocultas y son de un tamaño considerable. Son grandes. Duelen las manos y la espalda, y algún pincho me lastima un poco. La tierra cruje y ese sonido me resulta fascinante. Cuando logro sacar una raíz, ahí queda la tierra, limpia, que se desgrana al contacto con las manos. Hay mucho para limpiar, hay mucho para hacer, pero mi lugar es mi lugar, y voy con todo, no importa con qué me encuentre.
Cada raíz es, a la vez, un recuerdo o algo que hoy duele: un golpe, aquella vez que un hijo de puta en la misma cuadra de mi casa, mientras yo jugaba con mis amigas. Otro golpe, un novio de esos perfectos que amaba tanto esa parte impotente de mí que durante quince años me dediqué a no poder con nada con tal de conformarlo. Otro golpe, la bronca conmigo misma por aceptar eso, y por alimentarlo. Otro golpe, la bronca por que me hicieran cargo desde muy chica de cosas con las que no podía. Otro golpe, el cáncer de mediomelón. Otro golpe, y así y así, hasta que la tierra se desgrana, no me importa ni un poco que duela.
Otro golpe y se revuelve el avispero. Escapo entonces como puedo de los bichos que se me vienen encima. Dejaré esa parte para otro día.
Es liberador, exponerse sabiendo que no hay manera de ser otra cosa que yo misma.
Lo dije. Ahora me voy a dormir.

Mi lugar está amparado por un roble que tiene muchos años y es bellísimo.

Me hubiera gustado que me dedicaran...

  • Cartas a Milena (obvio) - Franz Kafka

Algunos libros que me hubiera gustado escribir... Bueno, por lo menos los leí!

  • Rayuela - Julio Cortázar
  • El libro de los abrazos - Eduardo Galeano
  • Alicia en el país de las maravillas - Lewis Carroll