Clemente sube al auto con dos bolsas.
Me cuenta que salió de Moreno muy temprano a la mañana y que viajó a dedo hasta Capital y que de allá volvía, a dedo también. Le digo que mucho no puedo llevarlo, que ya estoy cerca de mi destino, y responde que no importa, alguien lo levantará allí donde yo lo deje. También me dice que no hay que correr tras las cosas y que él siempre encuentra alguien que lo lleve o que lo traiga, y que no hay que andar tan preocupados. Me pregunta mi nombre.
"Dios la bendiga, a Milena y a su familia, y les dé trabajo y pan", murmura, los ojos cerrados y la cabeza inclinada. No sé por qué me vienen unas ganas de llorar después de escuchar esto. ¿Emoción? ¿Conexión con alguien a quien seguramente no voy a ver nunca más?
Clemente me cuenta cómo llegó a dedo hasta Colombia: "hice dedo y pedí agua. Agua es lo único imprescindible y lo único que pido por ahí. Comida se consigue haciendo algún trabajo". Y cita el Nuevo Testamento: "Mirad las aves del cielo que no siembran ni cosechan, y el Señor las alimenta".
De golpe un ser humano común y corriente como vos y como yo se convierte en emisario de mensajes algo esotéricos, ponele. Clemente, a esta inferencia mía la llama Dios.