Silencio, palabras, abrazos y caramelos

Feliz día del padre

Están los que se ocupan y los que no, los que escuchan y los que no tienen ni idea.
El mío guardaba en silencio el recuerdo de una vida difícil que se notaba en esa aparente hosquedad que no era más que ternura y comprensión de casi todo, después de haberlas pasado casi todas: guerra, exilio, separación de la familia...
Muchas veces acusé ese silencio como indiferencia, y aunque jamás me abrazó, ahora sé que me quería (cosas que uno entiende con los años).
Ese hombre que apenas hablaba, y que azotaba el castellano con un acento de esos fácilmente imitables y bastante cómicos, marcó con ese silencio esta vida ahora tan llena de palabras, esta necesidad de comprender lo que se dice. Cuando algo le dolía muchísimo, sólo podía hablar en su idioma. Será que cuando algo duele mucho uno tiene que volver al origen, a lo primero, a lo que en algún momento significó protección y afecto, a lo que alguna vez nos plantó en el mundo y nos dio la forma y las formas que tenemos y guardamos.
También hubo otro padre para mí, que fue mi abuelo materno, no menos marcado por el dolor, pero que neutralizó el silencio llenando todos los huecos con palabras ("decí 'perro', abuelo". "Pero". "No, abuelo, 'perro'" "y si estoy diciendo '¡peeeeero!'"), y abrazos y caramelos.
Silencio y palabras. Abrazos y caramelos.
Será que siempre hay un equilibrio.
Hay unos padres que se esfuerzan por ser mejores, algunos saben lo que significa serlo, otros no tienen ni idea pero saben que es muy importante y obran -aun con dudas- en consecuencia, a todos esos, un abrazo grande en el día de hoy.
A los demás, una pena, pero bueno, feliz día igual, y que disfruten de su afeitadora.