Ayer me desperté de la siesta para no tener que ocuparme de un problema que no podía resolver en un sueño.
Cuando me desperté, me sentí culpable por no haber hecho lo suficiente.
Así estamos hoy, medio dormidos, medio despiertos, pero eso sí, llenos de problemas que no podemos resolver ni en sueños.
Un freak llega al poder y dice -y le creen- que llegó solo. Algunos lo creen de veras, otros, porque alguien les dijo que deberían, y otros, porque en algo hay que creer. Otros no lo creemos en absoluto.
Unos periodistas muy jóvenes, inteligentes y "picantes" entrevistan a una de las figuras más importantes de la comunicación de este gobierno. Parecen subyugados, fascinados, no se sabe si por tenerlo en el estudio, si porque no es un exponente del partido gobernante de esos que por lo común visitan radios, streams y tv -bastante necios en general y algo patéticos-. El pibe estudia dos carreras, es elocuente, vivaz, "picante" también. No insulta sino que "nos gasta": "¿Cómo puede ser que no hayan pensado esto o aquello?". Y tiene razón. Cómo puede ser que no hayamos pensado tantas cosas.
Espero preguntas algo mordaces, espero discusión, debate, cuestionamiento.
El invitado se deshace en elogios al presidente, a su mirada, a su inteligencia pragmática, a su faceta de estratega, a todo "lo nuevo" que propone.
Espero, sigo esperando algún interrogante que profundice un poco en la realidad, que cuestione comportamientos y medidas, como hace un rato le habían hecho a otro invitado, que, entre asombro y risas les había dicho "¿Ustedes se dan cuenta de la complejidad de las preguntas que hacen?". Sin embargo, están en silencio y escuchan de boca de su invitado hablar de cómo el Estado gastaba en cirugías de reasignación de género de niños y niñas.
No preguntan cómo esta persona que "llegó sola" al poder ahora está acompañada, cuidada y protegida por todos los poderes.
No preguntan por qué el presidente incumple leyes sancionadas por el Congreso.
No preguntan por qué, mientras tanto, canta y baila. No preguntan por las faltas de respeto, por la violencia inusitada de sus palabras y de sus actos.
No preguntan por qué ni en qué universo sería nuevo todo eso que propone, más viejo que la injusticia.
Son preguntas que me hago yo, que no soy periodista.
Así estamos de este lado, sin llegar a saber si es mejor la realidad abrumadora que una pesadilla en la que corremos en cámara lenta porque por delante nos espera un precipicio mientras tenemos atrás un fuego que avanza sin freno. Sin respuestas, porque ni siquiera sabemos hacer las preguntas correctas. Y no digo que las mías lo sean.
Acá estamos, mientras muchos piensan que es posible ser felices con una felicidad que tuvimos hace ya más de una década.
Medio dormidos estamos, sin querer despertarnos de un sueño que ya quedó viejo.
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